Para los amantes de la Segunda Guerra Mundial, como el que escribe, Peleliu
y Okinawa son dos nombres que nos pueden sonar. Pero también es verdad, que
desde nuestro punto de vista europeo, la guerra en el escenario del Océano
Pacífico, librada principalmente entre Estados Unidos y el imperio del Japón,
nos es bastante desconocida. Estamos más acostumbrados a las batallas en
Francia, Inglaterra o los Países Bajos en el oeste y a la carnicería perpetrada
entre rusos y alemanes en el frente del este.
Por otra parte, como es bien sabido, la historia la escriben los vencedores.
Y desde que terminó la contienda, hace más de 70 años, nos hemos visto
bombardeados por los libros y las películas, sobretodo americanas, donde estaba
claro quiénes eran los buenos y quienes los malos. Y una de las cosas que
siempre me han sorprendido del argumento de las películas, eran los valores tan
extrañamente positivos que tenían los protagonistas. Se luchaba por el bien
contra el mal. La ética en el combate era intachable. No se sucumbían a valores
tan humanos como el odio, la sed de venganza, la irracionalidad o el gusto por
matar. Vamos, que se presentaba la guerra como un paseo un domingo de primavera
por el parque del Retiro.
Sin embargo, como os podéis imaginar, no todo era así. Y recientemente, y gracias
a este blog, he descubierto un joven autor, David L. Cabia, de Burgos, que ha
escrito una novela que aúna la más desconocida guerra del Pacífico, con esa descripción
detallada de esos sentimientos y acciones, que nada tienen que ver con lo que
hasta la fecha se nos había presentado. El título de la obra es "La última isla".